Jamás el miedo fue juego de niños
por mucho que los cuentos lo convoquen
Antonio
Martínez Sarrión
Todos los niños tienen miedo.
Bueno,
en realidad todas las personas tienen miedo, no sólo los niños. Miedo a
envejecer, a la enfermedad, a los espíritus, al mar, a los peluches, a las
FARC, a las orugas, a los payasos, a los políticos, a los curas, a la sangre, a
los muertos, a los cementerios, a los adivinos, a una plancha caliente, al
fuego, a los perros, a la discriminación, a los aviones, a los bolígrafos.
Miedo, en definitiva, a la vida.
Pero los niños más, porque los
niños son más. Más tiernos y más sabios, más frágiles y más melancólicos, con
más agallas, más buenos, más viejos, más enfermos, más rencorosos, más
tolerantes, más locos y más cuerdos, más niños y más valientes. Porque en estos
años, desde que el hombre es hombre, ha creado a los niños y los ha amado, los
ha cuidado, los ha protegido, los ha alimentado, los ha enfurecido, instruido,
aniquilado, les ha dado las herramientas, los ha convertido en personas en
potencia, los ha integrado en su mundo, los ha tratado de comprender
inútilmente, los ha atado, los ha coartado, los ha maltratado, los ha besado,
los ha entretenido, les ha hecho reír, les ha hecho llorar, los ha lanzado en
volandas, los ha vestido, los ha abrigado, se los ha follado repetidamente, los
ha hacinado, los ha desparasitado, los ha lavado, los ha odiado, les ha gritado
y les ha cantado nanas, los ha convencido de, los ha aceptado a pesar de, los
ha peinado, perfumado, alfabetizado, iluminado, ha hecho de ellos, con todo y a
pesar de todo, mucho más de lo que prometían sus minúsculas uñas nada más
nacer, que no es poco.
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