Una novela de Jose Alberto Arias. En proceso de creación.
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domingo, 13 de marzo de 2011

Cuentacuentos 50

Aquí, una pequeña muestra de lo que será la novela, esta vez de mano de la iniciativa de El Cuentacuentos


EL HABITANTE INCIERTO






De repente un día, todo comenzó de nuevo. Visitaron la casa en medio de la sierra, ésa que llevaba años abandonada, ésa donde nadie entraba ni salía, la única casa que brillaba en años. De noche, en mitad de la oscuridad de la sierra, en el silencio irascible en que se había sumido el mundo, un leve siseo, un rumor artificial parecía llegar de arriba y las ventanas se iluminaban y apagaban a voluntad como si el fantasma de la civilización hubiera decidido instalarse en medio de la nada, lejos de los niños y la ciudad con su suciedad y sus muertos.
            La excursión ascendió por la carretera a paso ligero. De vez en cuando, alguno de los pequeños se quejaba y Papo se secaba el sudor que le perlaba la frente.
            -No vamos a llegar nunca -dijo Arturo. -Además, ¿para qué vamos?
            -En esa casa nos espera alguien -respondió Cali, y Arturo aceptó su respuesta y encogió la cabeza. Jesús comenzó a silbar una antigua (¿acaso no era ya todo antiguo?) melodía flamenca que canturreaba a todas horas, y varios de sus acompañantes lo imitaron. Cali se acordó de Blancanieves y los enanos, y se dijo que ellos eran todos enanos con la misión de despertar a la princesa dormida en medio del bosque, en esa casa que bien podía ser el castillo de la reina. Bebió de la botella y dejó de pensar.
            Cuando pasaron junto a un árbol enorme, leyó en el tronco una pintada con la palabra "CAL" y se sintió mal. Ella no había pedido nada de ello, que cambiara el mundo, ni mucho menos que cambiara de ese modo, en torno a ella. Tampoco había pedido que sobreviviera el hombre.
            -¿Sabes qué, Cali? -dijo Papo a su oído.
            -Echo de menos a Ángela.
            -Eso pasa.
            -¿Por qué?
            -Cuando te enamoras echas de menos y no puedes vivir lejos de ella. Cuesta más respirar...
            -Cali.
            -¿Hmmm?
            -¿Cómo sabes tanto?
            -No sé, esas son cosas que sabemos todas las mujeres.
            -¿También Ángela?
            -Sobre todo, las princesas.


Cuando llegaron a la casa, ya era mediodía. El sol comenzaba a apretar, y no lograban atisbar una puerta o ranura donde llamar la atención de los posibles moradores. Hablaron largo y tendido de los rumores que generaba la casa: que dentro hubiera seres inhumanos, tal vez venidos de otro planeta, que fueran adultos (en realidad, la posibilidad que más les aterraba; con los niños se encontraban en igualdad de condiciones, pero con los adultos, ya estaba visto, no) o que toda la vivienda estuviera robotizada y las luces se encendieran sin orden particular hasta el final del tiempo, mucho después de que ellos dejaran de existir.
            -¡Ah, del barco! -dijo una voz, y se asustaron. Ninguno lo habría afirmado ante los demás, mucho menos ante la presencia de Cali, pero esa voz venida de ninguna parte era inquietante.
            Cali sonrió a los niños y se apoyó con tranquilidad en la fachada de la vivienda. La Casa Blanca, como habían empezado a llamarla a medida que se acercaban. A lo lejos, con la vegetación próxima y las sombras, no era tan evidente que la construcción era absolutamente blanca. Luego la desconcertó, pasados unos segundos, la voz que acababa de oír. Sonaba rara, como si no estuviera acostumbrada a hablar, suave y terriblemente asexuada. A pesar de todo, del eco de megáfono por el que había llegado, en un lugar oculto bajo su pecho, donde todos los pálpitos, esa voz la tranquilizaba. Así pues, decidió hablar ella en nombre de todos.
            -Me llamo Calíope -gritó. -Soy una niña. Venimos más niños. Por favor, abre la puerta.
 Hubo un instante de silencio interrumpido por el vuelo de un pájaro que venía de arriba de la casa, del tejado. Entonces volvió a sonar la misteriosa voz, y por primera vez Cali estuvo segura de que era la voz de un niño. Eso, o un adulto haciéndose pasar por un niño.
            -Os abriré la puerta, pero con dos condiciones. Una, que no toquéis nada, absolutamente nada hasta que lleguéis arriba. La segunda, que bajo ninguna circunstancia entréis en el ascensor. Sirve, pero no os gustaría descubrir a dónde os lleva.
            -¿Qué dice del ascensor? -preguntó Jesús, visiblemente nervioso.
            -¿Qué pasa con el ascensor? -volvió a gritar Cali.
            Ahora la voz que sonó dubitativa fue la del habitante incierto.
            -En primer lugar, cuando alguien va a una casa debe cumplir todas las reglas del anfitrión sin dudarlo. Se considera de mala educación hacer lo contrario.
            -¡Ya no existe la educación! -dijo Cali. -Murió con los adultos.
            -Se...segundo, el ascensor podría conduciros a lugares imposibles -prosiguió la voz, que se hizo solemne como la de un párroco en misa de Viernes Santo. Cada número conduce a momentos de la historia y a lugares horrendos. A la destrucción de Pompeya, a Whitechapel en 1988, al vacío del futuro más lejano, a...
            -¡Nos tomas el pelo! -gritó Papo.
            -¡Mentiroso! -dijo Arturo. -¿Nos crees tan estúpidos? No necesitamos tu ayuda. Dejaremos que te pudras ahí.
            Los niños pequeños, no obstante, aunque no comprendían las referencias (la propia Cali no sabía de qué hablaba la voz), se empezaban a asustar, y ella comenzó a dudar de lo apropiado de llevar a los niños consigo.
            -¡Vale, vale! -terció la voz. -Mamá... mamá desapareció en Whitechapel y no pudimos volver a por ella -resumió. -Por más que subimos y bajamos papá y yo en ese ascensor, no nos dejaba más que en la planta de arriba o abajo. Yo era entonces un mocoso, pero había tanto miedo en casa y pasamos tantas horas subiendo y bajando en el ascensor que jamás lo olvidaré.
            -Dice la verdad -anunció Cali en voz baja.
            -Abriré la puerta, pero haced lo que os he dicho si no queréis que suceda nada malo. Ya han pasado demasiadas cosas malas.
            Un zumbido en la pared precedió a la puerta que se abrió en el muro, tan perfectamente imbuida e integrada que pasaba por parte de la fachada. Además, era inmensa y dio lugar a un pasillo amplio con suelo de madera. Jesús encabezó la marcha, que en realidad se limitaba a los tres más mayores del grupo: él, Arturo y Papo. De hecho, prohibieron de manera contundente a Cali que entrara, y la dejaron al cuidado de los más pequeños muy a su pesar.
            -No podemos arriesgarnos a perderte -arguyó Arturo, y por primera vez desde que lo conocía, Cali supo que en realidad la admiraba y hacía eso por su bien.
            Esto la enterneció mucho, y le costó incluso más tener que quedarse afuera a la espera de que sus hombres se adentraran en lo desconocido. Pensó en el ascensor. Un ascensor que acababa con las personas. Un ascensor que era un portal a otras épocas y lugares. Era descabellado, pero de tan descabellado que era pensó que todo aquello era cierto, y que lo primero que propondría Jesús sería investigar en la caja metálica.